Sat, 07/28/2018 - 10:01

Policías atienden profundo dolor de joven pareja indígena

Policías atienden profundo dolor de joven pareja indígena en el Amazonas

Luego de remar 16 horas en canoa la joven mujer da a luz pero su bebe fallece

Dos nobles y altruistas policías asumen el inmenso dolor como propio

Leticia – Amazonas. Al alba de un nuevo amanecer el pasado martes 23 de julio, una joven mujer indígena de la etnia Ticuna y de escasos 20 años, comenzó con sus labores de parto a pesar de que tenía tan solo 6 meses de gestación. Su esposo, un recio joven igualmente indígena de la etnia Huitoto, con decidida valentía propia de su linaje, se embarcó con su esposa en la difícil tarea de remar 16 horas desde la comunidad indígena Caña – Brava hasta la zona no municipalizada del corregimiento de Tarapacá en el trapecio amazónico, sorteando la dura faena por los caños y afluentes del río Cothué y el caudaloso rio Putumayo.

En la dura travesía el milagro de la vida no se hizo esperar y teniendo por arrullo el mecer de la canoa del joven padre que con afán remaba sin descanso, llegó en el silencio único y muy singular de la selva, el llanto del bebé que ahora se aferraba a la vida en los exhaustos brazos de su agobiada madre, que aun con dolor de parto luchaba por avivar el halito de vida que manaba a través del mustio llanto de su primogénito.

A poco llegaron a puerto de Tarapacá y se encontraron con el señor Subteniente Cristian Camilo Castillo un tolimense de gran corazón y el señor patrullero Andrés Barros Vidal, un leticiano que de inmediato se identificó con la apremiante situación de sus “paisanos”. (Como cariñosamente se refieren los lugareños provincianos de sus coterráneos que moran en la selva).

Prontamente la pareja y su bebe fueron llevados al centro médico local, donde la atención del caso no se hizo esperar; sin embargo y pese a los esfuerzos del galeno de turno y su equipo de trabajo, el bebe expiró para regresar al seno del Supremo Creador; situación que llenó de tristeza y desconsuelo a la joven pareja de fatigados indígenas.

Se hizo entonces evidente la necesidad de contribuir en mitigar de alguna forma, el profundo dolor que embargaba en ese momento la joven pareja dolida por la tragedia; y donde el padre del bebe en medio de su sencillez y desamparo expresó: “…por favor me regalan un bolsita para echar el niño y llevármelo, es que no tengo plata para enterrarlo en el cementerio¨…”

En ese instante la vocación innata, solidaridad y altruismo de nuestros dos insignes policías se hizo evidente, quienes sin pensarlo dos veces y también en medio del dolor y tristeza, emprendieron la tarea de construir con sus propias manos un féretro que albergara el rígido cuerpo del bebé, para darle así el toque de dignidad a un momento donde la ausencia de recursos no opaca la nobleza del buen corazón de los policías.

Pero una vez fueron puestos los despojos mortales del niño en el humilde cofre mortuorio, otra triste realidad se hizo presente; la soledad llegó para avisar que no había nadie quien acompañara al agobiado padre hasta el campo santo, para dejar allí la semilla fruto del vientre de su amada, que ante la lamentable escena no tuvo las fuerzas para llevar su hijo a la última morada.

Nuevamente nuestros hidalgos policías cubiertos con la coraza del amor por el prójimo, se dan a la tarea de apearse de velas para entre rezos y plegarias, con pala en mano e incluso lágrimas en los ojos, organizar el cortejo fúnebre que llegó hasta el cementerio de la localidad, y ahí golpeado la tierra, el señor Patrullero y el señor Teniente cavaron la fosa que el joven padre no pudo labrar, pues sus brazos le dolían tanto como el alma.

Acciones como éstas son las que hacen grande y honrosa la digna profesión de ser un policía en ésta nuestra amada patria.

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