Mon, 01/27/2014 - 17:54

Crónica 64 El valor de la palabra y del compromiso

Foto: Cronistas Carlos Javier Londoño
Foto: Archivos Leticiahoy

Sería raro que una historia como la que vamos a narrar se presentara en la época actual, dado a que la gente ha cambiado sus valores.

Sucedió cuando la bonanza cocalera estaba en su furor en la Amazonía colombiana; época cuando la palabra empeñada constituía un acto de fe y de respeto, porque se creía en ella y tenía valor como prenda de garantía para otorgar crédito a los negocios. Era una especie de código de honor, a pesar de los personajes que la utilizaban.

Vivía en Leticia el señor Jaime Corrales, quien como gerente del Banco Ganadero regía los destinos de esa entidad en la ciudad , en una época en donde el dinero abundaba por doquier.

En una noche de farra de un fin de semana cualquiera, se encontraba el susodicho compartiendo con varios amigos y clientes en la cafetería de un prestigioso hotel, cuando fue abordado por un “emergente” de la época, quien - como buen cliente del banco - era conocido suyo. Afortunadamente, en aquella época no existían los rígidos protocolos bancarios como los vigentes a la época; así, cualquier sitio público podía convertirse en una oficina bancaria.

La finalidad del acercamiento entre ambos personajes, era la solicitud, por parte del comerciante, de que el gerente le autorizara un sobregiro por 10 millones de pesos, una suma considerable para entonces; era mucho dinero, pero fácil de conseguir si se estaba en el “negocio” y de eso si sabían los gerentes.

El empleado bancario accedió a la petición del emergente autorizándole el sobregiro, orden que estaría dando a cuentas corrientes al otro día en horas de la mañana.

Él sabía que dicho sobregiro le acarrearía una dádiva por parte del beneficiado, ya que ellos pagaban con creces los favores de ese tipo: esa era una de las formas como casi todos los gerentes conseguían una entrada adicional a su sueldo.

Al retirarse el emergente de la mesa y darles las gracias mostrándole los cinco dedos de la mano derecha abierta, quiso decirle que le daría 500 mil pesos de regalo a cambio del favor, una suma bastante halagüeña.

Las cosas quedaron así, el gerente continuó departiendo con los amigos en la noche de ese viernes y el emergente se fue a su apartamento a empacar maletas, pues al día siguiente viajaría a la capital del país.

Llegó el día lunes y el banco abrió sus puertas normalmente; todos los empleados llegaron a cumplir con sus funciones, a excepción del gerente que no apareció.

En horas de la tarde, en vista que el gerente no se reportaba, fueron a buscarlo a su sitio de vivienda, con tan mala suerte que lo encontraron sin vida, muerte ocurrida por efectos naturales , según el reporte oficial, desde el sábado en la madrugada; es decir, que hacía dos días había fallecido.

Su fallecimiento causó gran estupor y pesar en la ciudad; posteriormente sus restos fueron trasladados a Lorica, su lugar de origen, para darle cristiana sepultura.

Mientras esto ocurría, el emergente se encontraba en la capital del país haciendo algunas diligencias sin tener conocimiento del insuceso. Días después, estando en su oficina en la capital, fue visitado por un amigo de confianza que había llegado de la capital del amazonas.

Al preguntarle por las novedades del pueblo este le manifestó: Sabe qué compa, el que nos abandono fue don Jaime el gerente del Banco Ganadero. - ¿Cómo así que murió don Jaime, qué pasó?. Pues según los comentarios murió de un infarto.

Conturbado por la noticia lamentó lo sucedido comentándole al amigo lo siguiente: Que vaina, el viejo se fue sin recibir la platica que le había prometido, pero como la palabra es la palabra y promesa es promesa, a partir de hoy lo encargo para que busque a la familia y le haga llegar los 500 mil pesos que ya se había ganado.

De inmediato le ordenó a la secretaria diligenciar un cheque por ese valor para saldar esa deuda.

Después de recibido el cheque, el amigo lo guardó en su billetera prometiéndole que haría esa diligencia y que ese dinero se lo haría llegar a alguno de sus deudos.

Varias semanas estuvo el cheque en el bolsillo de este amigo, hasta el día en que viajó a Montería a visitar unos familiares y aprovechar acercarse hasta la población de Lorica a buscar a los parientes del finado.

Fue así como preguntando, dio con un hermano del extinto a quien le explico el motivo de su visita.

Éste no podía creer lo que le estaba contando.

El pariente le manifestó que la familia del gerente se había ido del pueblo pocos días después del entierro, pero que casualmente en la población se encontraba un hijo que había acabado los estudios de medicina y estaba buscando quien le prestara 150 mil pesos para pagos de derechos de graduación.

Sin pensarlo dos veces le solicitó al tío que le ayudara a encontrarlo, pues ese dinero que él debía de entregarle le caería como anillo al dedo.

Anduvieron por varios sitios del pueblo hasta encontrar el muchacho; sentados en un cafetín, le explicaron el motivo de su búsqueda, situación que no podía creer después de que le contaron la historia. Con los ojos llorosos agradeció este gesto de honradez y cumplimiento, por parte del emergente y del amigo que se propuso a cumplir con la orden.

Para comprobar la entrega del cheque el joven le preguntó al amigo qué donde le firmaba, sin mucho protocolo el mensajero abrió una cajetilla de cigarrillos vacía y le dijo que se la firmara a modo de recibo.

Hoy el muchacho es un gran médico gracias al gesto oportuno de ese amigo quien, siendo otro, como los casos que se están viendo actualmente, en vista del fallecimiento del gerente, se hubiera hecho el desentendido con el compromiso adquirido con el difunto.

Carlos Javier Londoño O

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