Mi amigo Mauricio
En el año de 1996 Mauricio tenía 8 años de edad; un niño como cualquier otro, activo, inocente, alegre pero que sobrellevaba una condición que ningún otro de sus compañeros de salón de clases tenía. Padecía leucemia; una enfermedad agresiva que en sus distintas modalidades ataca la médula ósea y aqueja a miles de seres humanos; en especial a niños que empiezan a vivir su infancia en las instalaciones de algún hospital. Por recomendación de la coordinadora de disciplina del colegio donde estudiábamos, me pidió el favor de acompañar a Mauricio y a su familia brindándoles desde mi experiencia palabras de apoyo, solidaridad y que vieran en mi un caso de recuperación total a ese mal.
En ocasiones y cuando su tratamiento lo permitía, salíamos a disfrutar de algún helado o simplemente compartir un momento entre él y yo para que me contara con total desparpajo sobre lo más doloroso e incómodo del pesado tratamiento al que era sometido. Lucía cada día una gorra distinta con la que ocultaba su prematura calvicie ocasionada por las quimioterapias. Gozaba de un apetito voraz que, para cualquier persona vería en este aspecto un síntoma de buena salud pero que en el caso de Mauricio, obedecía al efecto que produce un medicamento llamado Scherisolona que contiene un componente denominado Prednisolona; éste genera en pacientes aparte de antojo y apetito constante, una hinchazón en el rostro producto de retención de líquidos en la cara. Construimos con el niño una estrecha amistad.
Mauricio era hijo único de una pareja joven, que intentaba infructuosamente darle un hermanito que pudiera ser esa compañía que aliviara en cierta medida, el difícil momento por el cual atravesaban. Sus padres no contaban -como en casi todos los casos- con los medios económicos suficientes para poder afrontar los elevados costos de las medicinas y los controles. Aun así, Mauricio era feliz y disfrutaba sin reparo los ratos de descanso junto a sus compañeros de clases y jamás se sintió discriminado o minimizado por su condición, ni acosado por sus cada vez más frecuentes ausencias a clases debido a las recaídas que son las amenazas más latentes que un paciente debe afrontar; y que en un niño son aún más difíciles.
Recordaba hace un mes en la actividad organizada por la Fundación SANAR “Tapitas para Sanar”, los difíciles momentos por los cuales tuvieron que atravesar mis padres, la angustiosa búsqueda de médicos con diagnósticos acertados y en algunos casos soportar con fortaleza la sentencia de algún indolente que advertía que su hijo no tenía mayor esperanza de vida y que la única opción era esperar el triste desenlace. También llegaba con nostalgia a mi memoria la etapa de hospitalización, los controles periódicos, las intervenciones quirúrgicas y sus dolorosas recuperaciones, todo esto acompañado de recaídas que hacían más difícil mi mejoría. Es por ello, que vivir la infancia en los pabellones de un hospital y sometidos a todo tipo de exámenes genera en los niños una especie de coraza que impide que un dolor se sobreponga sobre otro. Me refiero al angustiante dolor de las familias y la pesada carga económica que todo esto conlleva. Además del cuidado y atención permanentes alertando inmediatamente sobre alguna novedad o un nuevo síntoma.
Ver de nuevo a niños con cáncer es regresar al pasado; es mirarme en un espejo. Ver a sus padres es ver a los míos. Ver a los médicos es ver de nuevo a los ángeles que los auxilian y ver a quienes se recuperan es contemplar los milagros de Dios. A lo largo de mi tratamiento pude en mi inocencia darme cuenta que otros niños con los que coincidíamos en los controles; jamás regresaban, no los volvía a ver y la única explicación para los demás padres y pacientes era que dolorosamente y al azar, aparecían las letales recaídas que llegaban inmisericordemente y sin aviso. Son innumerables las etapas por las que tuvimos que atravesar para superar la leucemia; pero ellas sólo quedarán en las memorias de mis padres, médicos, personas que nos acompañaron durante el proceso y en la mía. No es fácil recordarlas porque no fue la mejor época pero, al mirar hacia atrás siempre damos gracias a Dios el haberlas superado con éxito a pesar de los obstáculos.
La solidaridad que despertó la campaña “Tapitas para SANAR” fue inmejorable y digna de elogiar; no sólo se superó un Guinness Record basado en una cifra sino que demostró que existe infinidad de personas e instituciones que con su corazón generoso hacen posible milagros; que se ven reflejados en los niños que cada día y poco a poco logran ganarle la batalla al cáncer. Deseo que nunca decaiga esa solidaridad para apoyar estas altruistas causas. Doy fe desde mi experiencia que, la bondad y el amor desinteresado hacia quienes necesitan de una ayuda existe en muchos seres humanos que con valentía y esfuerzo logran sacar adelante muchas iniciativas y, es mi deseo que de padres a hijos se transmita la noble labor de servir a los demás sin esperar nada a cambio, porque no existe mejor pago que ver en un niño la alegría que le despierta seguir disfrutando de algo que a medida que pasan los años vamos perdiendo, la inocencia.
Mauricio falleció iniciando el año de 1.997 tomándonos por sorpresa la triste noticia. Una recaída fulminante pudo más que la energía y la vitalidad que tenía a su escasa edad. De nuevo sentí, eso que años atrás me generaba el tener que soportar la ausencia de alguien con quien tenía un vínculo especial; el padecer una enfermedad que nos unía o nos separaba en la recuperación o en el dolor. Pero, en la fantasía que ha guardado señales de cierta ingenuidad que no se vivieron en la infancia, imagino que cada niño o adulto que muere por causa de una enfermedad va hacia un mundo paralelo en donde convertidos en ángeles velan por la recuperación de sus pares y, desde la infinita distancia colman de fortaleza y optimismo a pacientes, familiares y médicos. Y con seguridad puedo afirmar que Mauricio está allá.
Jaime Andrés Barbosa Poveda
Correo electrónico: andresbarpo@gmail.com
Twitter: @andresbarpo
ESTADÍSTICAS
La leucemia aguda suele darse en 3-6 pacientes por cada 100.000 habitantes / año.
La leucemia aguda linfoide es más frecuente en niños, siendo el tumor más frecuente en la infancia, constituye aproximadamente el 25 por ciento de todos los cánceres en niños menores de 15 años. La mieloide afecta más a los adultos, con una incidencia creciente.
El pronóstico de supervivencia es peor a medida que aumenta la edad, es pobre a partir de los 60 años y también es desfavorable cuando el diagnóstico de leucemia aguda infantil (especialmente la linfocítica) se da en niños menores de 1 a 2 años y en los mayores de 15 años.
Los niños con niveles de glóbulos blancos superiores a 20.000 por ml al diagnosticarse la leucemia aguda linfocítica, tienen peor respuesta al tratamiento estándar.
El curso de la enfermedad tiene mejor pronóstico en la mujeres que en los hombres.
Tomado del periódico EL MUNDO de España.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/especiales/cancer/leuc_agudas4.html
Hola Pablo, queríamos reiterarte nuestras felicitaciones por el Articulo, “Amazonas”, y disculpa por lo de tu nombre en la cita, aprovechando que este momento queríamos hacerte dos preguntas; la primera es saber si estas interesado en