Pintando con los Abuelos del hogar de San José
Pienso que todo artista es gestor de la cultura, vaya a donde vaya, y fomentando la cultura a través de las artes podemos lograr, en una suerte de responsabilidad con nuestro entorno, un cambio social.
Pintar con los abuelos del Hogar San José para el Adulto Mayor, en Leticia, fue una tarea personalmente alentadora. Siendo estos bellos personajes, un grupo que tiene gran parte del acervo histórico del Amazonas, un grupo que suma varios siglos de existencia sobre estas tropicales tierras ¡cómo no entusiasmarse con la idea de pintar con ellos!, y además ¿cómo no imaginarme que alguno de ellos tiene datos sobre la guerra del caucho, o alguno tendrá instantáneas en blanco y negro sobre las primeras fases urbanísticas del corregimiento (municipio de Leticia), otra abuelita que se comunica con gestos porque solo habla en lengua ticuna cómo si peleara con el paso del tiempo, tan nefasto a veces que azota lenguas nativas relegándolas al olvido, cómo no querer escuchar sus historias y saber lo que quieren decir? Pues muchas preguntas, hipótesis y conjeturas rondaban mi cabeza mientras pintaba con ellos; de hecho ni las formulaba, solo para que se concentraran en su tarea de pintar un cuarto de cartulina con lo más bello que saliera de sus cabezas blancas.
De una veintena de abuelitos, sólo 8 aceptaron mi invitación, fue un buen quórum. Después del permiso optimista de la administración, me dispuse a organizar la mesa con los recipientes para el vinilo, el agua y los pinceles. Claramente todo fue hecho por ellos, lo único que hice, al inicio fue motivarlos a distribuir colores creando las formas que desearan sobre el papel. Visitaba sus puestos, monitoreando como iban o si necesitaban mezclar algún color. No sé cuánto tiempo pasamos durante la actividad, todo fluyó tranquilamente con la paciencia que los caracteriza.
A pesar de mi juventud, tengo que confesar que no recuerdo los nombres de los abuelitos con los que pinté. Ellos firmaron sus obras y pensé llevármelas pero la administración se quedó con ese bello patrimonio, para decorar las habitaciones de mis artistas mayores.
Pero sí recuerdo momentos bellísimos. Una abuelita que pintó un sol enorme y brillante, me dijo que ese sol era yo. La abuelita ticuna, que no hablaba ni pisca de español, pronunciaba sílabas pausadas como una canción evocadora, como si me explicara algo que aun no comprendo, además le encantó cuando le indiqué que pintara formas geométricas, como las que emplean todas las maravillosas etnias amazónicas en los diseños para sus utensilios, prendas y objetos. También estaba allí mi abuelita, por parte paterna, Fredesbinda, no pintó puesto que estaba mal de salud, cansada de sus luchas negativas y positivas en su paso por el mundo y por ende esperando el más de los descansos. Otro abuelo me exprimió emocionalmente cuando dijo que el árbol que pintó era el árbol de la vida, y ése árbol me suscitó que es el árbol de ayahuasca, sagrado en toda la Amazonia continental.
Debo agradecer a mis artistas mayores por todo lo que me enseñaron, en realidad no hice nada sino aprender, a la administración del Hogar del Adulto Mayor, al personal y a los jóvenes que estaban allí y me colaboraron en la actividad, que tengo en deuda para repetir y continuar en este 2015.
Finalmente quiero compartirles la ensoñación de creer que de ellos, de los abuelos y abuelas, emana una sabiduría que desea ser escuchada, aprendida, aprehendida y aplicada; porque teniendo mucho que decir y decirlo con una sencillez desbordante es suficiente para tener otra perspectiva y aún más cuando la perspectiva que buscamos es por alcanzar un Amazonas digno.
Andrés Domínguez Urrea, leticiano y artista plástico.