Wed, 10/02/2013 - 19:56

En aquella época, todos dependíamos del narcotráfico directa..

Foto: Cronistas Carlos Javier Londoño

 

Octubre 01 de 2013

Crónicas leticianas 58

En aquella época, todos dependíamos del narcotráfico directa o indirectamente”.

Y continuamos con las historias de tradición oral, traídas a colación durante las tertulias efectuadas en tiempos atrás en el bar “La Barra”, relatadas por personajes que también hicieron parte del historial de la región amazónica.

Esas historias fueron conocidas por muchos, pero nunca las contaron, otros las ignoran, algotros creerán en ellas, y muchos dudarán de la veracidad, sobre todo cuando el tema toca incidentalmente a algún conocido.

Pero que los hechos ocurrieron y son parte de la historia popular, es una realidad innegable: ya que hay material ignoto para demostrarlo.

Y esto va a suceder con ésta crónica increíble, pero cierta, que involucrará indirectamente a un personaje de la región muy querido por unos y muy cuestionado por otros. Desafortunadamente esas fueron las cosas que sucedieron durante la bonanza, hechos frente a los cuales no podemos ser amnésicos ni desconocedores, pues ésta fue narrada por una persona que -aunque nadie lo crea- estuvo vinculada activamente al negocio en la época histórica de la bonanza de la coca.

Rodríguez Gacha fue invitado por primera vez a Leticia, por “alguien” conocedor del promisorio negocio que tocaba las puertas del Amazonas; allí lo contactaría con el veterano hacedor de fronteras, conocido como el “chico malo”, quien le serviría como enlace para el nuevo negocio.

En su primera conversación, éste le aconsejo a Gacha que llevara un vuelo chárter con marihuana adherida a los cartones de los espaldares de los cuadros y espejos que para tal fin, iban a llevar.

Los invitados, antes de viajar a la región, compraron cuanto cuadro de santo estuvo a su vista, sobre todo los más venerados por la mayoría del pueblo colombiano, como el Sagrado Corazón, Sn Judas Tadeo, Sn Antonio, Sn Martín de Porres, Sta Lucia, Sn Nicolás de Tolentino -- -entre otros- recomendándole que completara el pedido con espejos de todos los tamaños .

Como la marihuana era la droga de furor tanto en Leticia como en el lado brasileño y peruano, el cargamento que iba ya estaba prácticamente vendido o cambiado por pasta básica de coca.

Cuando el avión carguero de Aeronorte llegó al aeropuerto Vázquez Cobo de la ciudad, charteado por el mexicano, fue un día de fiesta para todos los que sabían del negocio, pues ya todo estaba “cuadrado” para su recibimiento realizado personalmente por chico malo quien, al bajar la carga delante de los guardianes aduaneros y policiales, destapó varias cajas y huacales (de los que no venían envenenados) repartiendo cuadros y espejos a diestra y siniestra a todos los recibidores del vuelo. El resto de la carga fue directo a la bodega de un conocido comerciante desde donde se sacó la marihuana que iba en pasta adherida a los espaldares de los cuadros, tal como se había acordado, la que posteriormente se empacó para la venta, en bolsas de un kilo.

Por esta labor los colaboradores en el empaque de la droga recibieron como pago la mayoría de los cuadros y espejos sobrantes de la operación; siendo ésta la causa por la cual un día, y para los que vieron éste fenómeno y no lo sabían, Leticia apareció inundaba de vendedores de cuadros y espejos por todas sus calles, los cuales eran vendidos puerta a puerta por cualquier precio.

Por primera vez los cuadros de los santos más famosos de la iglesia católica recorrieron las calles de la ciudad y ocuparon un sitio preferencial en algún hogar leticiano.

Los indígenas hacían cambalaches de pieles, artesanías o alguno de los productos sacados de la selva con tal de no quedarse sin la adquisición de un cuadro o un espejo; y es en ésta parte de la historia en donde entra en acción nuestro personaje, el Prefecto Apostólico de la región, quien le propuso a chico malo -debido a la acogida que tuvieron los cuadros- la compra de ellos para revenderlos en las tiendas de los internados indígenas que él manejaba.

Fue así como Rodríguez Gacha, su hermano Pastor, y el chico malo, se convirtieron sin quererlo en los propagadores de la fe católica, no sólo en Leticia sino en Brasil y Perú.

Como los vuelos chárter aumentaron, la llegada de marihuana se incrementó y por ende el canje de ésta por pasta básica de coca, razón por la cual entre el chico malo y un amigo tuvieron que ingeniárselas para enviar la droga recogida para Bogotá y Medellín.

El chico malo haciendo funcionar su ingenio -sobre todo para esa clase de negocios- le propuso al Prefecto llevarle, además de los cuadros, camándulas, crucifijos y novenas, las cuales le cambiaría por artesanías, pieles y animales disecados, además de comprarle también, una parte en efectivo.

Así mismo le hizo éste comentario a sus colaboradores: “Yo soy muy amigo de algunos de los artesanos trabajadores del cura, personajes que además les gusta mucho la marimba y la coquita, por eso yo les pido que tallen toda clase de estatuillas en madera dura para nosotros, y yo me encargo de que nos las entreguen directamente para después, con un torno, hacerle los huecos en donde va a ir camuflado el polvito y luego, bien selladas, se los devolvemos al taller para que desde allí las despachen directamente a Bogotá y Medellín aprovechando que éste cura es intocable en la región.

Así que vamos a montar unos almacenes de fomento y venta de artesanías indígenas en el hotel Tequendama de Bogotá y Nutibara de Medellín, negocios que estarán a nombre de personas fallecidas para no tener problemas posteriores y de las cuales yo consigo el número de sus cédulas.

Con esta idea en la cabeza, Chico malo le propuso al prefecto comprarle todas las estatuillas y artesanías talladas por los indígenas, negocio que inocentemente aceptó sin reparo.

Posteriormente Gacha le envió al chico malo el torno y las herramientas, y en un taller privado camuflaban la mercancía.

El Prefecto ordenó a todos los curas acaparar la producción hecha por los indígenas, en toda la jurisdicción, empezando desde ese día el negocio más fácil y fructífero llevado a cabo en el Amazonas ya que la prefectura hacia inocentemente hasta tres despachos mensuales de artesanías hacia Bogotá, sin ningún obstáculo ni contratiempo.

En el primer embarque solo se pudieron camuflar 48 kilos de la droga, pues como el negocio apenas se estaba iniciando, era muy poco lo que llegaba.

Fue así como nació, en parte, este promisorio negocio que, por ser más sencillo de manejar y lucrativo que la marihuana involucró a varios inversionistas paisas en una sola sociedad que más tarde se llamó “El Cartel de Medellín”.

Para culminar esta crónico evoco las palabras del mismo prefecto, cuando en sus homilías dominicales decía refiriéndose al negocio del narcotráfico, que el que estuviera libre de pecado que tirara la primera piedra, o que en esa época todos, sin excepción, estábamos directa o indirectamente involucrados con el narcotráfico, y para muestra un botón.

Por eso para ésta época, no es válido aquello de” rasgarse las vestiduras” como lo están haciendo algunos personajes regionales, ante esta elocuente verdad.

Carlos Javier Londoño O.

Likes

  • Likes 0
  • Compartelo en: