Personajes que hicieron historia en el Amazonas
Crónicas Leticianas 57
Leticia, como ciudad hospitalaria, albergó en sus calurosas y polvorientas calles de aquella época, personajes de toda índole que, venidos de otras latitudes o nativos de la región, se hicieron conocer popularmente ya por sus excentricidades, particularidades, comportamientos u oficios, pasando a formar parte de la historia regional.
Fueron personajes muy queridos en la región que de una u otra manera estuvieron vinculados con la comunidad y el pueblo en general, haciendo parte de la idiosincrasia y del folclor sano que se vivió, siendo lo más relevante que la mayoría de ellos, sólo eran conocidos por sus remoquetes ya que si los mencionaban por su verdadero nombre muchas personas no sabían de quien se trataba.
Y este es el caso en la crónica de hoy: si yo les digo que voy a referirme al señor Julio Zenón Rengifo, algunos van a quedar desorientados al no saber de quien se trata, por que por su verdadero nombre muy pocos lo conocen, pero si les digo que voy hablarles de “Renzeta” ya muchos se van a tranquilizar y el recuerdo de su figura se va a materializar en la mente de la mayoría de los antiguos leticianos.
Este amigo leticiano por adopción, nacido en Quibdó-Chocó, fue el médico popular-por decirlo así-más conocido, pues con su profesión de farmaceuta sentó un precedente altruista al dedicarse especialmente a atender la población indígena y la más vulnerable de la región.
A él acudían médicos recién egresados que llegaron a la ciudad, para despejar dudas sobre ciertas enfermedades propias de la región, sobre todo las tropicales, de las cuales era un experto con la medicina tradicional y los menjurjes que preparaba, haciendo que sus remedios fueran efectivos y sus recetas de confiabilidad y credibilidad.
Estaba casado con una hermosa brasilera con alguna apreciable diferencia de edad en contra del farmaceuta.
Personaje de respeto por su educación y sapiencia de veterano, lo que le dio la oportunidad de ser la única persona que reemplazó en su trabajo tanto al cónsul peruano como al brasileño cuando precisaban salir de la ciudad, razón por la cual era muy estimado por esos dos países por lo bien que los representaba.
Gran aficionado a la caza y a la pesca, deportes a los cuales les dedicaba un día en la semana, para salir especialmente con sus amigos Carlos Sánchez y Sixto Arbeláez el trochero mas conocedor de la selva amazónica.
De Renzeta se han contado muchas historias y anécdotas por su forma peculiar de actuar, sobre todo cuando de pesca o de caza se trataba.
Según palabras del doctor Linterna, en una de las tertulias que se formaban por ese entonces, por las tardes en el bar “La Barra”, decía que Chantall la hermosa francesa que trastornó al pueblo con su llegada - aseguraba que acostarse desnuda a recibir los rayos del sol sobre el loto más grande del mundo, la victoria regia, era sentir una de las sensaciones más agradables y placenteras que jamás en la vida había experimentado, que ninguna droga o alucinógeno en el mundo la podía hacer sentir. De ahí comentaban los veteranos, que en luna llena, los ancianos ticunas se acuestan sobre el loto para recuperar las energías sexuales perdidas.
Pues bien, el Dr Linterna contaba a raíz del comentario de Chantall, que Sixto Arbeláez, aseguraba que cierto día que visitaba unos lagos cerca de la ciudad, le llamó la atención la figura de un indígena que, acostado en una victoria regia completamente desnudo, tomaba los rayos del sol, al acercarse comprobó que el personaje era Renzeta quien, amarrado a una soga por la cintura y el otro extremo amarrado a un árbol en la orilla, yacía extasiado contemplando la inmensidad del cielo; de inmediato el comentario fue: con razón se sostenía con una esposa tan joven y hermosa.
Otra anécdota que causa hilaridad cuando la cuento, fue la que presencié personalmente en un día que fui su compañero de caza: salimos temprano hacia los kilómetros en busca de alguna pieza para cazar, pero lo más pintoresco era que íbamos en un Volswagen blanco de su propiedad, bien polichado con una limpieza impecable. Más o menos a la altura del km 10 u 11 alcanzamos a ver una pava en un árbol, de inmediato Renzeta detuvo la marcha diciéndome que esperara un momento y bajándose lentamente del vehículo, se dirigió al portamaletas del carro que queda en la parte delantera. Yo, desde el interior del mismo, observaba la operación. Abrió el portamaletas y sacó un estuche en donde guardaba una escopeta, la retiró con cautela y luego sacó una bayetilla roja con la cual la limpio en su totalidad, procediendo acto seguido a ponerle la munición; cuando la tuvo lista me pregunto qué en donde estaba la pava y yo le dije riéndome: saludes le dejó pues hace rato que se fue. Con la seriedad que lo caracterizaba me dijo: para compensar esta pérdida no hay nada mejor que un buen trago de aguardiente pasado con leche y procedía a servirlo de una licorera que portaba. Así nos entreteníamos todo el día, observando cuál animal se nos atravesaba en la ruta.
Otra de las buenas anécdotas fue la que le sucedió cierto día que se fue de cacería con varios amigos, a unos lagos por los lados de Puerto Alegría en la margen peruana.
Allí se cazaba una plumífera llamada “Panguana” muy apetecida por la exquisitez de su carne, era una especie de gallina. Su cacería, a la cual fui con este personaje, otro día cualquiera, es la acción con la muerte más cruel y alevosa que he visto, pues a este animalito para atraerlo, debe silbársele como lo hace el macho cuando está en celo, la hembra responde con el mismo silbido y entre uno y otro se viene caminando por entra la selva hasta donde escucha silbar. Allí esta uno agazapado esperándola y apenas está a la vista, solo se escucha la explosión del tiro y el plumero que se esparce en el ambiente por los impactos en su cuerpo, es una muerte a quemarropa. Como decía ese día se fue con los amigos a cazar, con la novedad de que llevaron una grabadora en donde tenía grabado el silbido para evitarse el ejercicio. Llegando al sitio se adentraron en la selva, instalaron la grabadora en un sitio estratégico, la prendieron empezando a sonar el silbido repetitivamente; al poco tiempo el silbido de la grabadora fue respondido por una panguana, ellos se hicieron a una prudente distancia a esperar que el ave apareciera, cuando ésta lo hizo y pasó al frente de la grabadora, fue tal la emoción al verla, que todos dispararon al tiempo sin calcular el sitio en donde estaba el sonido, y tanto ella como el animal quedaron reducidos a pedazos por los impactos. La risa fue general.
Estas anécdotas e historias eran los temas de las tertulias que, como dije antes, animaban las tardes tinteras en el chismoseadero de tradición en la ciudad de Leticia llamado “La Barra”, lugar que aún existe.
Carlos Javier Londoño O.