Yo y el Tunche
Era invierno y las aguas de mi río amazonas inundaba todo el puerto . Una de las cosas que más me gustaba cuando niño era madrugar a hacer mercado en el puerto, en ese entonces no existía Ruco ni ningún otro supermercado. Estaba IDEMA creo que así se llamaba.
En aquel entonces allí se compraba el arroz; frijoles y demás granos que no se conseguía en el pueblo y lo demás como el pescado, la carne de monte; la yuca, el plátano, el maíz, la leña y en verano la patilla el Humari. El canangucho se conseguía directamente en el puerto con el colono o indígena; el pan en la panadería de don Tabare; los dulces donde Mendoza y así dentro de lo que recuerdo.
Otra de las casos que me gustaban hacer era aprovechar la creciente para darme un chapuzón en las aguas que aún no estaban contaminadas como ahora ,era una verdadera sensación.
En uno de esos días a eso de las 3: 30 de la mañana caminaba con mi madre empujando una carretilla de madera ayudándole con el mercado pesado.
Entre la calle de la Coca Cola y la casa de los puentes, existía en ese entonces unos gigantescos palos de mangos que cubrían toda la calle donde de noche quedaba en una oscuridad tenaz. Cada vez que pasaba por ahí, un frío recorría mi espinazo ( espalda) y me arrimaba más a mi madre con un terror a esa oscuridad tétrica. Cuando de repente escuché un escalofriante silbido ( iFiuuu. Fiuuuu!) y de una solté la carretilla y me agarré de la falda de mi madre. No paso más de un minuto cuando otra vez volví a escuchar el silbido tétrico ( iFiuuu Fiuuuu!) encima de nosotros; en algún lugar de las ramas del árbol de mango tenebroso y oscuro.
Cada vez más me aferraba a las faldas de mi madre , que con tremendo lapo me aparto y me dijo : mínino voce tein medo de machinta ?? Iso e bestera ,, besteira o nao.
Una vez dicho esto arranqué con la carretilla como alma que lleva el diablo y no paré hasta la esquina de gringo negro, donde había luz y, ahí esperé a mi madre sentado jurando nunca más madrugar. Sentado sin aire y avergonzado de mi terror ,mi madre se reía de mi cobardía.
Hoy casi cincuenta años después cada vez que paso por esa esquina ya sin el árbol de mango y muy cambiado el lugar recuerdo estar ahí viviendo ese momento.
Es por eso que cada vez que evoco esta historia pienso en mi Leticia Linda y llena de historias asombrosas de mi juventud.
Daniel Martinez