Crónicas 35 Carta de un turista inconforme a quien pueda interesar
Corría la década de los 80. Leticia pasaba por su mejor momento económico.
Estábamos en la “bonanza” y el dinero se veía por doquier.
Cierta tarde, llego a mi casa una tarjeta de invitación enviada por la hija de un amigo en donde nos invitaba a mi esposa y a mi a celebrar la fiesta de sus 15 años que realizaría en horas de la noche ese fin de semana, en uno de los exclusivos hoteles de la ciudad.
Al observar la procedencia de la tarjeta y lo significativo de la fiesta, lo primero que se me vino a la mente fue el desfile de trajes que cada una de las damas invitadas iban a lucir esa noche para no pasar desapercibidas.
No siendo nosotros la excepción, llamé a Bogotá para encargar el vestido que mi esposa y yo luciríamos esa noche, encargo que me imagino también estaba haciendo más de un personaje, para evitar la uniformidad en la reunión.
Todos los invitados y pueblo en general, comentábamos y esperábamos ansiosos la mencionada fiesta, pues como se dice literalmente: iban a tirar la puerta por la ventana.
Llegó el día y la fecha de de tan significativa reunión. Desde tempranas horas empezaron a llegar al aeropuerto, aviones tipo charter trayendo desde la capital, la orquesta, invitados y todos los samovares con las viandas, los postres y el ponqué con que se serviría el bufé con el cual irían a deleitar el paladar de los invitados.
Ya para la noche, el hotel estaba decorado como para una fiesta estilo “las mil y una noche”. Todo estaba saliendo a la perfección.
A la hora de la citación, empezaron a llegar los invitados los cuales eran recibidos a la entrada por la quinceañera y los padres de ésta, y un mesero se encargaba de acomodarlos alrededor de la piscina. Era una noche estrellada. y espléndida .
A medida que pasaban los minutos la afluencia de invitados se hacia mas notoria.
Una pasarela de Silvia Tcherassi no tenía nada que ver con el despliegue de elegancia de las damas y caballeros invitados que ingresaban al hotel.
Yo arribe con mi esposa más o menos media hora después de la hora indicada estrenando de pies a cabeza, siendo recibidos como todos los que llegaban, por la homenajeada y sus padres.
Cuando ingresamos al interior del hotel, observamos que la mayoría de mujeres nos miraban, sobre todo a mi esposa, con una sonrisa maliciosa.
Al acercarnos a saludar a unos amigos que se encontraban sentados en una mesa, vimos con asombro que la causa de tanta mirada era que otra invitada lucía exactamente el mismo vestido que mi esposa, y ya ni modo de devolverse porque todo el mundo tenía los ojos puestos en ella. Fue ahí precisamente que entre los conocidos se armó la recocha pues a las dos las bautizaron como las “mellizas” y eso dio para romper el hielo y hacernos los locos como si nada hubiese ocurrido haciendo caso omiso a la coincidencia.
Superando el impasse ya entramos en confianza con los invitados.
Acto seguido, vino el baile del vals por parte de la quinceañera y su padre y amigos mas allegados, dando inicio a la fiesta la cual yo consideré como la fiesta del año por la cantidad de invitados, la ostentación, la camaradería y amistad con que se disfrutó.
Terminado el vals y después del brindis con champaña tipo Dom Perignon, los meseros empezaron a repartir a diestra y siniestra whisky, aguardiente, vodka, ron y champaña licor y al son de un buen ritmo interpretado por la orquesta, la fiesta se prendió con todo su esplendor.
Todos buscamos ubicarnos en las mesas con los amigos de más confianza para gozarnos la reunión con todas las de la ley.
Afuera, la gente del pueblo se deleitaba escuchando la orquesta y observando el acontecimiento por donde desfilaba lo más connotado de la sociedad amazonense.
El show se lo robaron las mellizas con sus trajes iguales las cuales con su coincidencia posaban para las cámaras familiares.
Todo marchaba a las mil maravilla. El ponqué de cuatro pisos situado en la mitad de la fiesta, lo mismo que las mesas con el bufé en donde los frutos del mar (mariscos, langostas, pulpo, seviche etc.) acompañados con ensaladas y arroces en todos los colores y sabores y la variedad de postres, daban a entender que la degustación gastronómica iba a ser inolvidable.
Al son de los tragos muchos de los invitados sacaron a relucir lo bueno, lo malo y lo feo en su convivencia festiva, mas sin embargo no se presentó ningún hecho que lamentar debido a la amistad reinante en el jolgorio.
Ya en la madrugada, cuando ya el licor había hecho estragos en la humanidad de muchos personajes, invitaron a pasar a degustar del bufé.
Una larga fila se formó frente a las mesas en donde a cada cual le servían la comida de su escogencia.
Muchos, talvez para demostrar un acto de conocimiento gastronómico y caché, solicitaron langosta acompañada por ensaladas que yo se que para muchos era la primera vez que sus paladares sentían esos sabores afrodisíacos , pues algunos eran personas que a pesar de su dinero , eso de darse una rodadita a Bogotá a degustar una buena cena no estaba entre sus planes.
El “oso” no se dejó esperar, pues algunos de los que como dije anteriormente, nunca habían degustado una langosta lo hicieron en una forma tan normal que hasta terminaron con la crocante caparazón como si se tratara de cuero tostado de lechona.
Los arroces de colores y muchas especies de frutos marinos permanecieron intactos en sus recipientes, pues nadie los solicitó.
Los comentarios jocosos alusivos a este acto de desconocimiento en degustación gastronómica, fueron el hazmerreír en toda la noche, desafortunadamente ese es parte del folclor en donde mucha gente cae en el error por desconocimiento, falta de experiencia o de consulta o falta de salir de su terruño a otras ciudades a vivir nuevas experiencias.
De todas maneras a pesar de esas “vivencias” experimentadas en esa noche y que no estaban en el programa, la fiesta, que duró hasta altas horas de la mañana, fue todo un éxito pasando a la historia regional como una de las tantas “excentricidades” que se vivieron en la famosa época de la bonanza.
Carlos Javier Londoño O.